Las manos son lo primero que distingue a una señorita de quien no lo es.
Y me comprometí a llevar siempre la manicura impecable.
Y me prometí ser irreprochable en todo.
Vas a ser la madre perfecta, la esposa perfecta: por eso te quiero; sólo tienes que ser buena y esperar.
Y esperé y esperé hasta que entendí que, o sacaba las uñas, o nadie defendería mi sitio en su vida por mí.
Y arañé y arañé hasta que me sangraron los dedos y se me acabaron las fuerzas.
Jamás me hubiera esperado esto de ti: después de tanto lloriquear por que siguiera contigo, ¿ahora eres tú la que te atreves a sacar un clavo con otro clavo?
Y clavó el orgullo herido en mí usando las palabras como si fueran puntillas.
Y me sentí tan pequeña que no pude evitar volver a morderme las uñas.
Pero decidí que, aunque me duela, no voy a permitir que me crucifique; por eso me curo las heridas pintándome las uñas de color sonrisa culpable.
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