Estoy enferma.
Recuerdo que cuando era pequeña y no me encontraba bien mi madre me ponía un vaso de agua con azúcar y limón en la mesilla y me decía: - Bebe sorbitos pequeños cada cierto tiempo; por mucha sed que tengas no acabes el vaso de una vez, porque entonces te sentirás aún peor... - Y yo al principio intentaba hacerlo bien, pero la fiebre y el estómago vacío hacían de las suyas y terminaba bebiéndome el vaso de un trago.
Era genial la sensación mientras bebía sin parar: tan refrescante, tan dulce... - no hay nada como dar al cuerpo lo que te pide aquí y ahora - pero después venían las náuseas y, lo que es peor, el miedo a que mamá se enterara de que no había cumplido mi promesa.
Es curioso como la vida vuelve cíclicamente sobre sí misma...
Me he portado mal y he jugado con la nieve sin abrigarme. He cogido frío y ahora estoy enferma.
Todas las noches miro fijamente este vaso de agua con azúcar y limón que ha aparecido en mi mesilla y dudo por un momento si merece la pena apurarlo de un trago y enfretarme al vértigo que sé que vendrá después...
Y hoy, como ayer, se me instala en la cara una sonrisa irresistible y culpable y no dejo en el vaso ni una sola gota.
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